DISCURSO | Expdte. CCM Amaya Briner de Foglio, Orden San Sebastián 2023
Estoy profundamente agradecida a las autoridades municipales por esta inesperada designación como oradora de orden en un día tan importante para Maracaibo.
Me siento también privilegiada por tener la oportunidad de dirigirme a esta audiencia y, les anticipo, lo hago sin los rigores académicos que suelen acompañar estas intervenciones, desde aportes históricos, éticos y estéticos, bien referenciados por personas marabinas que me han precedido como oradores en esta celebración y que nos han llenado de orgullo por destacarse en filosofía, arte, economía, leyes o antropología.
Me lleno de la más simple condición ciudadana y marabina para hablarles con el corazón de una ciudad que me duele como, estoy segura, le duele a la gran mayoría de sus habitantes, ciudad de mi infancia, mi adolescencia, mi adultez, donde nacieron mis hijos y en la que aún vivo y brego, considerando sus múltiples problemas y procurando aprovechar al máximo su sol, su orilla, sus árboles, su música y las voces e iniciativas de su gente.
Hoy conmemoramos a San Sebastián, patrono de Maracaibo. Confieso que cuando visualizo su imagen, con el cuerpo lleno de flechas, no puedo sino recordar una conocida Saeta de Joan Manuel Serrat en la que una estrofa dice: “No eres tu mi cantar, no puedo cantar ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la Mar” Y también a Andrés Eloy Blanco en su Píntame Angelitos Negros y si fuera él, diría “pintor nacido en mi tierra, píntame a San Sebastián sin flechas”.
Inicio con estas imágenes de referencia porque siento, que al igual que nuestro Santo Patrono, la ciudad de Maracaibo ha sido Mártir. La ciudad que tal como lo canta la sabiduría de los gaiteros es una ciudad que ha dado tanto y permanece marginada y sin un real.
El 20 de enero celebramos la fiesta de San Sebastián, considerado el protector de los arqueros, atletas y soldados. El nombre Sebastián proviene del griego “sebastos’ que significa honrado, venerado, detalle que cobra sentido pleno a través de su ejemplo de vida y en la manera como se entregó a la muerte por Cristo.
Nació en Francia y se educó en Italia. Fue un soldado de la guardia imperial romana desempeñando un alto cargo al servicio directo del emperador Diocleciano, quien perseguía a los cristianos. A pesar de eso, Sebastián se convirtió y abrazó la causa de Cristo, probablemente conmovido por el testimonio de tantos mártires. Aprovechó su cargo militar para protegerlos y ayudar, en especial, a los que caían prisioneros, y durante algún tiempo logró su cometido gracias a que mantuvo en secreto su fe. Sin embargo, fue traicionado y denunciado. Le ofrecieron el perdón a cambio de que renunciara a
ser cristiano, pero como no aceptó la propuesta, fue degradado, castigado con crueldad y luego condenado a morir atado a un árbol y atravesado por flechas.
Creyéndolo muerto, sus verdugos lo abandonan y es recogido por cristianos quienes lo cuidaron hasta su total recuperación. Posteriormente, es descubierto con vida por las tropas romanas quienes lo capturan y lo condenan nuevamente haciéndolo apalear hasta morir. Fue ejecutado alrededor del año 300 y su cuerpo enterrado en un sepulcro dentro de las catacumbas de la vía Apia en Roma. Su veneración se extendió rápidamente a toda la comunidad cristiana y era invocado de modo especial contra epidemias y pestes.
El patronazgo de San Sebastián, se supone que fue una imposición religiosa ligada a las disposiciones reales. La corona española acostumbraba colocar una imagen del santo en lugares donde existieran epidemias y en las colonias en América donde los pobladores hispanos pudieran ser atacados por indígenas. Esto concuerda con relatos del año 1569, cuando Alonso Pacheco funda la Nueva Ciudad Rodrigo de la Laguna de Maracaibo, y para librarse de las flechas envenenadas de los indios acude a la protección del Santo. Como las flechas eran símbolos de epidemias y pestilencias y Sebastián había logrado vencerlas al verse salvado en su primer martirio, desde entonces fue seleccionado como patrono de la ciudad no solo para protegerse de las flechas de los aborígenes sino también de las epidemias como la cólera al final del siglo 18, cuando se le imploro por la salud de sus habitantes. Hoy, como ayer, Maracaibo al igual que San Sebastián se niega a morir, aunque hoy son otras las flechas que las atacan…
La ciudad que yo quiero, es la del Cristo que anduvo en la Mar y la de San Sebastián sin flechas y con sus heridas sanadas. Hace justo un año, que el alcalde Rafael Ramírez Colina presentó el Proyecto Maracaibo 500 y juramento una Comisión para llevarlo a cabo. Faltan 6 años para que el 8 de septiembre de 2029 nuestra ciudad llegue a su 500 aniversario. Este es un proyecto de mediano y largo plazo, para promover la transformación de Maracaibo en una ciudad moderna, limpia, ordenada, tecnológica y sostenible, basada en la planificación estratégica, el marketing de ciudades y la participación de los ciudadanos. Un proyecto que sueña, visualiza y presenta soluciones para todos los protegidos por nuestro santo patrono… trabajando con consciencia social, con responsabilidad, alegría y esperanzas, para sanar las heridas de esta amada ciudad y de su gente.
Construir juntos la ciudad que soñamos, es sin duda uno de los más grandes desafíos que tenemos los maracaiberos. Si alguna lección nos ha dejado el aprendizaje de este primer año en la comisión Maracaibo 500, es la posibilidad cierta que si nos unimos vamos a triunfar. Seremos capaces de sentar las bases sólidas para disfrutar a mediano y largo plazo una ciudad como la que todos anhelamos. Eso significa que debemos valorar lo que nos llena de orgullo como maracaiberos, nuestra historia, las tradiciones, el don de gente excepcional que nos caracteriza, la solidaridad, la creatividad y el profundo amor por el trabajo productivo, ese que nos permitió construir el progreso, convirtiendo a Maracaibo en ciudad pionera en muchas áreas del quehacer humano. Junto a esa Maracaibo que nos regala una fuente inagotable de auténtico orgullo, debemos tener una actitud positiva que nos permita ver con optimismo el futuro de la ciudad. Por ahora nos encontramos desarrollando la etapa del diagnóstico competitivo de la ciudad, a través de la aplicación de encuestas a diferentes actores sociales, instituciones y ciudadanos en general, para la definición de la ciudad que queremos con visión de futuro.
Es un primer año que incluye nuestra aproximación inicial a las ideas y procesos vinculados con la futura celebración, para que ese 500 aniversario incluya todos los elementos de transformación que quepa considerar desde una ciudad que quiere a su gente y que, también, se deja querer por los que habitan en ella y por los que ocasionalmente la visitan.
Todos somos necesarios en la transformación de nuestra Maracaibo. Ese es el propósito supremo que persigue la Comisión, hacer de Maracaibo 500 un proyecto ciudadano propiedad de todos los maracaiberos que aman profundamente su ciudad.
Como ciudadana que forma parte de la comisión creada para enriquecer esta celebración del quinto centenario, me siento cotidianamente comprometida con sus retos, que son, y creo que todos lo sabemos, enormes.
Maracaibo, siempre casada a su Lago, portuaria y durante siglos pujante y dinámica en flujos comerciales a nivel nacional e internacional, fue enriquecida por gentes de otras latitudes que la construyeron y diversificaron con su cultura e identidades, que llegaron, se quedaron y se arraigaron -como es el caso de mis padres y tuvieron hijos y nietos aquí. Maracaibo que creció bruscamente y acumuló problemas, marginalidad, dificultades de integración e incorporación productiva para decenas de miles de personas que llegaban y nacían aquí sin que tuviésemos las mejores respuestas desde lo público a sus necesidades y potencialidades.
Sí, varias veces Maracaibo se enfrentó a retos sobre su gobernabilidad y nuestra condición de capital zuliana agrandaba estos retos ante dificultades similares y diferentes en espacios de la Costa Oriental, el Norte Guajiro, Perijá o el Sur del Lago. En todos esos espacios de nuestra tierra zuliana no siempre hubo grandes facilidades para una convivencia armónica, porque el petróleo creo una ilusión de modernidad en torno a lo urbano que abrió importantes brechas de desapego ante nuestra más arraigada y tradicional base cultural agrícola, cargada de hábitos saludables con respecto a los ciclos de la tierra y el agua, conocedora de las limitaciones del medio ambiente, constructora natural del carácter más tenaz y paciente en su gente, con facilidades para resaltar las musicalidades de la naturaleza y recrearlas en las cuerdas, los cueros o las maderas, habituando a las personas a relaciones más saludables y sencillas, conocedora de las virtudes del ahorro y el trabajo tesonero.
El urbanismo petrolero que tantas cosas positivas de la modernidad nos trajo, también abrió una brecha sobre ese carácter y esas virtudes que hoy sigue mostrándose sangrante frente a las interacciones cotidianas. Maracaibo vivía en esos tiempos de expansión petrolera el privilegio de inversiones propias de esa condición de capital, pero reunió también las contradicciones más evidentes de un sistema nación que se emborrachaba en renta de procedencia externa y descuidaba las articulaciones fundamentales de los grandes centros urbanos que veían crecer cinturones de pobreza cada vez más próximos y evidentes a las zonas más privilegiadas.
Porque Maracaibo cayó durante los últimos años y cayó muy profundo. El carácter emprendedor e innovador del marabino no pudo impedir que se cerraran miles de negocios, que se vaciaran nuestras calles, que murieran plazas y nacieran basureros espontáneos, que se renunciara al abastecimiento general de aguas en condiciones de
frecuencia, cantidad y calidad razonables para la mayoría de los habitantes de la ciudad; que se redujese agresivamente el alcance de las campañas de vacunación y la dotación humana, técnica y de insumos en nuestros centros asistenciales; que se desprotegiese el futuro, nuestra infancia, por no poder mantener las escuelas abiertas y los comedores escolares suficientemente dotados; que se privara oportunidades a los más jóvenes, incluyendo la formación de oficio y mecanismos para acceder a ocupaciones remuneradas; que colapsasen la vialidad y los sistemas de transporte público, entre otras muchas necesidades que ejemplifican el deterioro agresivo de nuestra ciudad.
Quizá las explicaciones de lo que pasó escapan al motivo que hoy nos reúne, pero sin esa referencia inicial básica no creo que se pueda comprender bien el marco situacional de nuestra aproximación a un quinto centenario y, tampoco, las iniciativas de gestión pública compartida que algunas personas y organizaciones se están empeñando en llevar a lo público, al espacio de lo común. Este esfuerzo de sumar energías es como un movimiento de hombro a hombro, en medio de una dura labranza, como una iniciativa para enlazarnos y avanzar, centímetro a centímetro, contra el peso de los silencios y las angustias.
Lo veo como si se tratase de un rezo, de una invocación, de un canto popular que aún muchos todavía no escuchan, quizá como una danza o un bambuco que suena muy bajito, porque no cabe que fuese gaita, no, este esfuerzo no es todavía fuerza parrandera ni algarabía, no hay furros en ella, no aún, es como un baile incipiente para estimular y motivar.
Es un llamado muy tenue, pero quiero proponerlo como constante, una especie de respuesta de socorro mutuo a tantas personas marabinas violentadas, golpeadas, arrinconadas, dominadas por la desgana y que deambulan por los barrios de nuestra ciudad como prisioneras de la desesperanza que aún domina buena parte de nuestros corazones, que permea todos los ambientes, que se instaló como un gran peso en nuestras espaldas y nuestros hombros, impidiendo erguirnos completamente y dificultándonos redescubrir con más dicha el sol y la brisa en nuestras caras, un peso que, mezclado con carestía de gasolina y transporte, nos hundió a cada uno en su patio, en la silla de su frente, en un sopor con el aire sobrecargado y difícil de respirar, sin agua para lavar las heridas y refrescar el alma, sin motivos para reconducir esos pesares y volver a sonreírnos los unos a los otros. Esto me inquieta más que el mismo caos institucional y la pérdida de productividad y producción.
Trabajando desde la comisión del 500 aniversario, y a pesar de la energía siempre positiva de mis compañeros, muchas veces me siento abrumada por el vacío social que nos dejó este tsunami. Es algo que trasciende, no es trivial, opaca nuestro canto, colapsa
nuestra iniciativa. Es algo más que un simple riesgo de las carencias económicas y de servicios. No es el simple dolor por la huida de muchos hijos, hermanos, sobrinos, amigos y conocidos que tomaron la decisión de marchar lejos y, muchas veces, cambiar este peso por otros diferentes, en otros lugares y circunstancias, algunos dejándose la vida en el intento.
Una amiga andina me recordaba en estos días que el Táchira y el Zulia han estado muy golpeadas por esta mega crisis, pero que San Cristóbal y Maracaibo han mantenido la “pelea” de valores frente al desgaste frenético del proceso, en buena medida por muchas
características compartidas, por ese flujo binacional constante, por el apego a la tierra, por el coraje de su gente. Luego pensé que quizá tampoco sea casual que las dos ciudades compartamos patrono, Sebastián, él mismo, un ejemplo histórico frente a la adversidad, él mismo sensible al ir y venir entre dos países, él mismo referencia de lucha constante ante el peso desmedido y el sufrimiento en forma de laceraciones sobre su propia piel.
Pero aquí estamos. Con La Chinita y San Sebastián nos fortalecemos y algunos decidimos cantar, sonreír, reintentar. El canto es leve, casi no se escucha, a muchos rincones no llega. Para que llegue, para que reanime, para que contagie a más gente, necesitamos ser muchos más los que, como por simple acto de fe, por impulso mariano y chiquinquireño, por fortaleza cristiana y un arraigo de identidad profundamente maracucho, nos unamos a la causa de la reconstrucción.
Necesitamos olvidar sin dejar de recordar. Perdonar todo lo perdonable, sin dejar a un lado la justicia. Necesitamos abrir aún más nuestros corazones, inflar todo lo posible nuestro pecho y extender este coro por todos los rincones de Maracaibo. Aún no sabemos los acordes finales de este canto, ni que solistas asumirán nuevas palabras, pero sin canto colectivo no hay futuro compartido.
Para que este canto aumente su potencia e incluso se abra a versiones más entretenidas, celebratorias y dicharacheras, necesitamos actuar como un organismo inteligente, entender a la ciudad más allá de nuestro patio y visión particular, necesitamos abrirnos a sus multiplicidades.
Para construir la ciudad del 500 aniversario y continuar más allá de este hito en un proceso de mejoramiento continuo que, no solamente recupere lo perdido sino que facilite la reconfiguración de los ambientes y las personas en procura de una ciudad más amigable, justa y sostenible para los habitantes de Maracaibo y las personas que nos visiten, se requiere un ejercicio de amplitud y paciencia sostenido, reconociendo que ninguno de nosotros tiene en su poder, no ya las soluciones ni los recursos que demandan las iniciativas para activar estas soluciones, sino tampoco el conjunto completo de ideas necesarias para esta reconfiguración.
Inevitable es, ampliar la visión, acordar más, extender las miradas y los brazos más allá de los que se parecen a nosotros y los que más fácilmente se conjugan con nuestros valores y creencias supuestamente compartidas. Necesitamos abrirnos a la ciudad y movilizar a las organizaciones de la sociedad civil, a las iglesias, las organizaciones gremiales y sindicales, a los movimientos culturales, las instituciones académicas, las organizaciones estatales y paraestatales que surgieron a la vera de la nueva institucionalidad, y muchas de las cuales reúnen actores, liderazgos e iniciativas que pudieran contribuir de manera muy positiva con el construir común.
Solo de este modo podremos decir que hemos roto el círculo vicioso de la polarización y que los marabinos servimos de ejemplo colectivo para el Zulia y para Venezuela sobre un proceso de reconstrucción de ciudadanía, resiliencia y, ojalá, desarrollo, bienestar extendido, innovación económica y social, crecimiento competitivo, igualdad entre hombres y mujeres, sostenibilidad social y ambiental, en fin, que seamos ejemplo de un sentir colectivo que engrandezca nuestro gentilicio.
Invito a todas las personas de esta ciudad a sumarse a la convocatoria de voluntades colectivas. Si fallamos, revisemos y corrijamos. Pero hagamos un trato en torno a lo común y disminuyamos el eco de nuestras diferencias para construir un Maracaibo en el que esta depresión sea solo un capítulo lejano y gris de nuestra historia.
Es mi sincero deseo y mi más honesto compromiso personal, unida a ustedes y al resto de nuestra comunidad, creo que será posible ¡Qué así sea!
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